En el mundo corporativo la compasión parece practicarse poco y a hurtadillas. En mi experiencia como especialista en formación de líderes, me han pedido que trate el liderazgo desde varios ángulos: empatía, comunicación, colaboración, conversaciones difíciles, estrategia, desarrollo de otros, etc. Hace poco me di cuenta de que nunca me han pedido formar líderes más compasivos.

Me quedé pensando en eso mucho rato y llegué a algunas hipótesis. Primero creo que se conoce poco el término, se hace poco familiar. Segundo, se le suele asociar a una actitud indulgente con los demás, que podría implicar incluso una falta de respeto o paternalismo extremo. También creo que podría ser que la compasión (como polo opuesto a la exigencia) en un ambiente orientado a los resultados genera pánico, confunde y finalmente termina por desestimarse.

Hablando tangencialmente de la compasión con algunos líderes surgieron muchas preguntas: ¿Se puede ser compasivo y exigir al mismo tiempo? ¿Si en el rol de líder practico la compasión se alcanzan los resultados? ¿si soy demasiado bueno o buena las personas del equipo se darán cuenta y abusarán de mi confianza? Desde mi punto de vista, estas y otras preguntas similares tenían un patrón común:el miedo a no ser suficiente, no cumplir, no lograr.

Además de lo anterior, y para complementar el punto, les puedo contar que personalmente he tenido una relación larga y tediosa con la autoexigencia. He llegado a creer –lo confieso– que la única manera de desarrollarme es exigirme hasta agotarme, cueste lo que cueste. Por supuesto, como podrán suponer, en el rol de líder también he incurrido en exigencias poco realistas, extenuantes, quizás absurdas, que han terminado por boicotear mis mejores intenciones.

No puedo decir que tengo el tema resuelto, pero si puedo compartir lo que he aprendido.  Creo que el problema no se resuelve con un «soltarlo todo y largarse», y tampoco se resuelve reforzando el paradigma de la auto explotación. El deseo de hacer las cosas bien, de crecer, de progresar, de obtener resultados positivos, es una manifestación de nuestra naturaleza humana y está bien. Nacemos y no paramos de aprender hasta morir.  El problema es que a veces en el camino perdemos la cabeza y nos posicionamos desde un lugar híper exigente –y por tanto dañino– con nosotros mismos y con los demás. El resultado, como dice más arriba, es fundamentalmente un boicot.

Por eso, para no recorrer el camino boicoteándonos necesitamos desarrollar mayor compasión, la cual podemos entender como una actitud incondicionalmente amistosa, gentil y suave hacia uno mismo, así como también hacia los demás.

Les propongo un ejercicio: imaginen que sus vidas son como un camino… Lo van recorriendo –y como es de esperar–, suceden cosas tales como tener cansancio o sed, o quizás tener la sensación de estar perdido o perdida. También puede pasar que a ratos ya no quieres «caminar» porque el camino se puso cuesta arriba, o que se te instala en la cabeza de que ya caminaste suficiente y decides parar.

Como sabes, caminando tenemos infinidad de experiencias que debemos sortear. El asunto no está en la experiencia misma, sino en la actitud que tenemos frente a nosotros cuando estamos viviendo esta experiencia:¿cómo te tratarías a ti mismo en cualquiera de estas situaciones? Si tienes sed, ¿te provees de agua o te exiges avanzar sediento?  Si te sientes confundido, ¿te permites parar a aclarar ideas o te exiges seguir a toda máquina?

Actuar compasivamente es actuar  honrando los valores que como seres humanos nos definen, tanto en la relación que tenemos con nosotros mismos como con los demás. Desde la compasión podemos abordar la situación que sea, porque lo haremos con respeto, con cariño, con sentido del humor y con un genuino sentido de servicio. No necesitaremos ocultar nuestras brechas ni inflar nuestras virtudes. Podemos aceptarnos y aceptar a otros tal cual son y ponernos al servicio para ayudar a recorrer el camino. Si solo nos paramos desde la exigencia, probablemente entorpeceremos más de lo que ayudaremos.

Cada uno de nosotros tiene una historia que ha definido la forma en que encara su camino, y por añadidura, el camino de otros. Por eso las personas que ocupan un rol de liderazgo y que participan del desarrollo de las personas que trabajan con ellos debe preguntarse qué lugar ocupa la compasión en su vida, pero también en el ejercicio de su liderazgo.

Para concluir, creo que vale la pena plantearse incluir la compasión como un valor organizacional, ya que si todos nos hiciéramos cargo de desarrollar una actitud más compasiva en contextos laborales, las organizaciones serían lugares donde recorrer el camino sería una experiencia más segura, gratificante y, por cierto, más armoniosa y todos –incluyendo a la organización– nos veríamos inmensamente beneficiados.

Felipe Moya
Director de Cuenta