“Érase una vez un escorpión que necesitaba cruzar con urgencia al otro lado del río, pero no sabía nadar. Meterse al agua significaba una muerte segura para él. A unos metros de la orilla vio que había una rana. No dudó en pedirle ayuda para poder cruzar el río sobre su espalda, a lo que la rana le respondió:
– No puedo, no confío en ti. Eres un escorpión y cuando estés encima mío, me picarás y moriré.
El escorpión se defendió:
– Necesito cruzar al otro lado, tengo prisa y no puedo rodear todo el río, por favor, ayúdame. – Viendo que la rana dudaba siguió argumentando – Piensa en esto… si te pico, morirás y te hundirás, si tú mueres, yo me hundiré y moriré contigo.
Esa explicación convenció a la rana que terminó confiando en el escorpión. Sin embargo, cuando llegaron a la mitad del río, la rana sintió un pinchazo, todo su cuerpo comenzó a dormirse y antes de ahogarse preguntó:
– ¿Por qué lo hiciste?
– Lo siento, no pude evitarlo… – contestó el escorpión antes de hundirse también.”
Probablemente ya conocías esta fábula o alguna versión de ésta. ¿Cuál es la moraleja?
En esta ocasión queremos señalar que, habitualmente, en nuestro día a día actuamos según nuestros condicionamientos y nuestros patrones automáticos de conducta. Así como el escorpión, cometemos errores que en la mayoría de las ocasiones pueden dañar a alguien de nuestro entorno o, incluso, a nosotros mismos. Estos condicionamientos y patrones automáticos los interiorizamos en nuestro carácter y personalidad durante nuestra infancia y adolescencia.
Llegamos al mundo como seres totalmente dependientes y vulnerables. Vivir nos obliga a aprender. Si no aprendiéramos la supervivencia no sería posible. Ahora bien, en este proceso de aprendizaje, adquirimos un conjunto de creencias respecto al mundo, a los demás y a nosotros mismos, que guiarán nuestras conductas. Serán nuestros paradigmas. Actuar de forma automática y rígida en base a estas creencias nos hará cometer errores, igual como le sucede al escorpión en la fábula.
El ser humano, a raíz de estos aprendizajes, tiene creencias respecto a sí mismo: su naturaleza, sus capacidades, sus límites, sus potencialidades. Respecto a esto último, nuestras potencialidades. Hoy sabemos, gracias a la sociología, biología, psicología y otras disciplinas que estudian la conducta humana, que son mayores de lo que comúnmente creemos. Nuestros condicionamientos tienden a entregarnos una concepción de nosotros mismos limitada, que no guarda relación con nuestro verdadero potencial. Por eso es importante cuestionar permanentemente nuestros paradigmas. De este modo estaremos cuestionando también el nivel de adecuación o no de las conductas que estamos teniendo en un momento y contexto puntual, para dar respuestas lo más adaptadas y funcionales posibles.
Cuando tenemos un rol de liderazgo esto toma mayor relevancia, estas creencias y paradigmas deben ser cuestionados para no cometer errores. Por ejemplo: un paradigma que muchos de nosotros interiorizamos es que, si alguna persona no cumple un compromiso, la contraparte que se ve decepcionada por el incumplimiento tiene toda la legitimidad para enojarse. Enojarse valida que se pueda subir la voz, emitir juicios de valor hacia la otra persona (¡eres un irresponsable!) o incluso agredir si el perjuicio del incumplimiento es elevado. ¿Han escuchado esta conversación o alguna similar?
– Oye, ¿Por qué le gritaste de esa manera a Juanito?
– Es que Juanito me hizo enojar. Dijo que iba a traer su parte de la tarea y no lo hizo. Por su culpa reprobé el ramo y bajé mi promedio.
Si tengo un rol de liderazgo y alguien incumple un compromiso, esta creencia internalizada que acabamos de describir, este piloto automático me va a iniciar una alarma interna que quizás me provoque levantar la voz, enjuiciar al otro y, en casos extremos, incluso agredirlo. Esto no es válido en un rol de liderazgo. El líder debe ser un catalizador de aprendizajes para las personas que están en su entorno y, por lo tanto, debería abordar los incumplimientos de compromisos de otra manera. Alejarse de este patrón aprendido. ¿Cómo? Por ejemplo, averiguando el motivo del incumplimiento, previniendo de forma proactiva qué se debe hacer para que no vuelva a suceder, sugerir acciones a la persona, ofrecer ayuda y apoyo para que la persona no vuelva a incurrir en la misma conducta, … Es decir, tener un abordaje formativo hacia los demás, no castigador.
Nuestras creencias y los patrones automáticos que están detrás de ellas deben ser evaluadas permanente cuando ejerzo un rol de liderazgo, no vaya a ser que, sin darnos cuenta, actuemos como el escorpión, dañando a alguien cercano o a mí mismo obligándonos a decir, “lo siento, no pude evitarlo”, cuando en realidad, sí pude.