En un mundo que cambia tan rápido necesitamos aprender, ser permeables a lo nuevo y a lo que está ocurriendo en el mercado. El conocimiento no solo está en las personas que albergan muchos años de experiencia, sino también en todo aquel que nos puede aportar una mirada distinta, como son los jóvenes. Por eso, no es de extrañar que muchas empresas se lancen a crear programas de mentoring inverso entre jóvenes y veteranos, para que los de menor edad enseñen sobre el manejo de la tecnología, sus costumbres y hábitos.
Tradicionalmente, un mentor se ha visto como la persona de experiencia que comparte lo que sabe con un joven. Sin embargo, en un mundo donde los jóvenes han nacido casi con el computador bajo el brazo, tienen ventaja en el manejo de la tecnología con respecto a los que son más experimentados. Por eso, hace varias décadas Nokia lanzó uno de los primeros programas de mentoring inverso para que los jóvenes inspiraran a los directivos sobre las tendencias de entonces. Le han seguido muchas otras compañías estadounidenses y poco a poco se va imponiendo en España. Ahora bien, la dificultad en a veces no está en las habilidades del joven, sino en la actitud del mentorizado, que no siempre se siente cómodo con que una persona de menor edad actúe con mentor. Y, desgraciadamente, esa actitud juega en contra porque cuando uno hace las mismas preguntas pero a personas con miradas diferentes, surgen las oportunidades.
El mentoring inverso es algo positivo para abrirnos a nuevos aprendizajes en ambas direcciones: los más veteranos, porque nos permite acceder a un conocimiento del mundo tecnológico que se nos escapa, y los más jóvenes, para aprender de inteligencia emocional y madurez, que se consigue con la edad. Ahora bien, si la empresa no facilita esa posibilidad, ¿qué podemos hacer? Es fácil: debemos buscarnos un mentor, alguien que nos ayude en esta área de mejora.
Lo que permite reinventarse y ser felices es estar en continuo aprendizaje. Es necesario abrirse al mundo de posibilidades para mirar la realidad con otros ojos y cuestionarnos las cosas. Además, necesitamos tener la humildad para aceptar que nuestros conocimientos pueden quedarse obsoletos y la curiosidad para husmear en terrenos a veces incómodos. Eso no significa despreciar lo que sabemos. En absoluto, sino hacer valer lo que uno conoce y lo que el otro aporta.
Artículo original: https://elpais.com/elpais/2018/03/08/laboratorio_de_felicidad/1520546502_862217.html