En el inglés norteamericano informal existe una expresión interesante: “attaboy”. Viene de la jerga deportiva, concretamente del béisbol, y se podría traducir literalmente como “ése es mi muchacho”. Suele usarse como una forma de aliento o aprobación.
Ya sea en la vida cotidiana o en el desempeño laboral, a todos nos gusta un reconocimiento. Desde una palabra amable –un “attaboy”– hasta un gesto más formal y ceremonioso. Sin embargo, debemos estar atentos a evitar que ésto se desvirtúe y termine en una suerte de caricatura: la proverbial “palmadita en la espalda”. Y para eso debemos tener en cuenta que hay un cómo, un cuándo y un por qué en el reconocimiento.
La cultura de cada organización nos pide determinadas conductas: el reconocimiento debe estar al servicio de alinear dichas conductas con la cultura organizacional, ya que en definitiva éstas implican siempre ceder algo de nuestra individualidad en pos del fin común.
Una frase de reconocimiento tiene, al menos tres elementos. El resultado se relaciona con el valor que el colaborador, con su conducta, agregó en una situación concreta. Es la razón que nos hizo pensar en reconocer. El segundo elemento es el cómo. Tiene que ver con las conductas específicas que hizo la persona para crear valor. El tercer elemento, es un elemento de contexto, que aporta especificidad al relato que estamos preparando. Permite a la persona situarse exactamente en el momento en que hizo aquello que queremos reconocer. Un ejemplo sería: “fue muy buena la sugerencia que hiciste en la reunión de hoy. Lograste un cambio de actitud en él y eso permitió cerrar el acuerdo”.
De ésta forma, se muestra por qué aquello que estamos reconociendo tiene un valor. ¿Será suficiente armar una correcta estructura gramatical? No, y es acá donde muchos líderes fallan. Un reconocimiento no es una “frase correcta”… Un reconocimiento tiene que ver con que el otro se sienta visto, apreciado, valorado, porque solo así estaremos fomentando su sentido de pertenencia y compromiso con la organización.
Un reconocimiento debe ser honesto, sentido, y por lo tanto es más que una frase bien hecha. Es una declaración que tiene una emoción detrás…y esta emoción debe acompañar la frase, de lo contrario, la frase será letra muerta.
Finalmente, no debemos olvidar que dentro de una organización todos somos distintos. Y eso implica que un líder hace cierto esfuerzo por adaptar su estilo al del otro. No porque el propio estilo esté mal, sino porque es una forma de generar la cercanía y aumentar la probabilidad de que reciba el mensaje y la intención del mensaje.
En este punto no hay atajos: un buen reconocimiento comienza y termina en una intención auténtica de que el otro se sienta visto, apreciado, respetado. Y esto no se logra solo con una frase bien hecha. Un “attaboy” sin una sonrisa, sin una palmada, es solo una expresión vacía y no será capaz de llegar al corazón del otro, que es, en definitiva, lo que se busca lograr con un reconocimiento